Historia de este pueblo nayarita llegará a festival de cine

Nayarit.- Hace cuatro años el cineasta mexicano Bruno Santamaría se adentró en El Roblito, un pueblito en Nayarit conocido por su alto índice de violencia, y con cuatro niños como cómplices levantó “Cosas que no hacemos”, su segundo documental.

Contrario a lo que pensaba sobre la posible guerra entre el crimen organizado, el realizador mexicano fue testigo de cómo la violencia en esa localidad ubicada en los límites de Nayarit Sinaloa proviene del núcleo familiar y los amigos.

Con el objetivo de crear lazos entre él y la comunidad, el documentalista impartió un curso de video en la escuela primaria y realizó diversas proyecciones de cine durante los ocho viajes que realizó de manera intermitente durante cuatro años.

Tejer vínculos para conseguir historias

Bruno Santamaría llegó a El Roblito de manera orgánica, pues con el objetivo de hacer una reflexión de la violencia en México a través del cine viajó a Sinaloa, donde un tío que es periodista y otros amigos lo acercaron a diversos contextos.

Un día, durante un recorrido por una zona de manglares entre la frontera de Nayarit Sinaloa, vio unos barquitos que se metían en una vena (túneles de árboles que se hacen en el agua) y al preguntar qué había por ahí le comentaron que era Nayarit y que no podían ir porque era una zona muy violenta.

Su inquietud por conocer historias de quienes habitaban ahí lo llevó a conocer a otras personas que lo trasladaron a la isla donde hay unos 250 habitantes y “contrario a lo que me habían dicho, vi a un montón de niños jugando béisbol en un campo”.

El resultado

En “Cosas que no hacemos” se presenta la historia de Arturo, un niño que tenía mucha inquietud por vestirse de mujer y lo molestan por ser el gay del pueblo.

Platicando de su vida y de la mía se fue generando un diálogo fuerte, y en una entrevista con la mamá ella me confrontó sobre mis papás y la forma en la que he vivido mi sexualidad.

De acuerdo con el documentalista, “esta es una de las partes más climáticas de la historia de Arturo, porque nos permitió filmar cuando pide permiso a sus papás, quienes se quedan en shock porque están preocupados por lo que van a decir los otros al verlo vestido así”.

La segunda historia es la de Juli Estrella, quienes mantienen una amistad que se romperá por el “bullying”. “Son niñas muy distintas que eran amigas y empezaron a tener celos, envidias y competencia al grado de romperse su amistad”.

La tercera historia que amalgama la cinta es la de Carlitos, un niño a quien su mamá abandona por irse a trabajar al pueblo de al lado. “Él se queda en la isla solo, extrañando y esperando a que su mamá vuelva, pero como no lo hace decide ir a buscarla y confronta por qué se fue”.

  • Para lograr esas historias el cineasta viajó ocho veces de tres a cuatro semanas a El Roblito para platicar con sus habitantes, llevarles cine y mostrarles de que se trata hacer una película que no es mentira sino realidad.

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