El amor para Fernando del Paso siguió creciendo, ahora de Guadalajara a la Ciudad de México, aunque sigue sin poder medirse. Las cenizas del autor de José Trigo, fallecido el miércoles pasado a los 83 años de edad, llegaron al Palacio de Bellas Artes para recibir el último reconocimiento oficial; el otro, el fraterno y el filial, el del escritor querido y recordado con sus atuendos de colores chillantes y sus geniales gracejadas, está lejos de terminar.
Paulina, la hija más pequeña, trazó la ruta amorosa que Del Paso cultivó. Lo hizo citando su Palinuro de México y convirtiendo a su padre en el abuelo Francisco: “Lo que nunca jamás pudimos medir fue nuestro amor, porque era infinito. Era, sí, como cuando Palinuro le preguntaba al abuelo cuánto lo quería. Mucho, muchísimo le contestaba el abuelo Francisco. Pero cuánto, abuelo, ¿de aquí a la esquina? Más, mucho más.
Bellas Artes volvió a convertirse en el santuario luctuoso en que se transforma cada que muere un pilar de la cultura mexicana: con su alfombra roja atravesando el vestíbulo, flores blancas y lilas aquí y allá, y una enorme foto, si acaso demasiado seria, del autor nacido un 1 de abril de 1935. La música de una orquesta de cámara marcó el inicio del Homenaje Nacional, ese pomposo título con el que se adornó la despedida.
No podía ser de otra forma: Alejandro del Paso, hijo del también poeta, llevaba la urna plateada, simple, sencilla, con las cenizas de su padre. Vestía un saco rojo, llamativo como los diseños que su propio padre solía portar; la corbata, igualmente, era multicolor. A su lado venían sus hermanas Paulina y Adriana, y un poco más atrás los funcionarios: María Cristina García Cepeda, titular de la Secretaría de Cultura federal, y Lidia Camacho, directora del INBA.
A la distancia, sobre una silla de ruedas, esperaba Socorro Gordillo, viuda de Del Paso, a quien antes no dejaban de darle el pésame intelectuales y amigos del escritor que acudieron al acto: Gonzalo Celorio, Cristina Pacheco, Enrique Florescano, José Sarukhán, Silvia Lemus, Carmen Beatriz López Portillo, Homero Aridjis, Silvia Molina, Adolfo Castañón, Vicente Quirarte. A este último tocó leer el discurso del adiós.